
Despliega
tu largo repertorio
de argumentos ilusos e inconexos.
Bordea
la realidad
como quien, al roce, completa su dicha,
y tiembla
ante el repiqueteo insistente
de la verdad efímera.
¿Qué más da?
Cae la tarde
y las tormentas siembran rastrojos
en un mundo yermo.
El griterío de los hombres
anula la voluntad de ser querido.
Vociferan, ladran y se muerden.
Danza, en espiral, el odio compartido:
odio por el odio,
y más odio —visceral—
que se alimenta a sí mismo,
insaciable.
Si acaso la contemplación te redimiera…
Sol, Tierra, Aire: ¡cómo os quise!
Cuánto di por cada uno de vosotros.
A vosotros me entregué,
huyendo de la espada mortífera de los hombres.
Quise dormir sobre el musgo,
deshacerme en humedades,
arrojado al cadalso que no duele,
lucha insensata que no cesa.
Cae la tarde
y sueño con tu brazo
rodeando mi cuello inexistente ya.
Al fondo, las montañas.
Descubro, al despertarme:
antes de ser lo que soy, fui lo que seré.
Ya no te queda tiempo
para llorar amargamente el no haber sido.
Es inútil correr tras ella.
Ya no hay planes ni futuro
.¿Qué te queda, entonces?
Te acercas a la línea de no retorno