El refugio del vencejo

Es el aire: la libertad llevada al extremo, la que aprisiona como una cárcel de amor y odio; como el mar a la tierra, el sol al día, el fuego a la noche. Y al final, el resultado es el mismo: el refugio de la carcoma. Cada cual existiendo en su prisión inevitable y amada, gastando la vida en doblones de oro sin valor. Solo vale el brillo, la brisa en el sarmiento. No es el nombre, sino el apodo. Ahora, vuela —o arrástrate— por las galerías carcomidas del alma: el desenlace será el mismo, siempre incierto.

Dolor 2

Tengo un árbol y una flor,
y un dolor amargo aquí, justamente aquí.

Si fuese cirujano
lo extirparía sin anestesia, sin emoción.
Lo contemplaría, orgulloso,
sobre la palma de mi mano;
lo besaría como quien se abraza al perdón.

Lo plantaría en una maceta hermosa,
y cada día lo regaría con recuerdos luminosos,
con cielos de crisantemos,
con racimos de uvas,
con mi voz.

Pero no soy cirujano,
ni tengo una hermosa maceta,
ni recuerdos hermosos,
ni crisantemos, ni racimos,
y mi voz, en tu presencia,
es un alarido ahogado
en un dolor —aquí, justamente aquí—.

Tengo un árbol y una flor.