
Tengo un árbol y una flor,
y un dolor amargo aquí, justamente aquí.
Si fuese cirujano
lo extirparía sin anestesia, sin emoción.
Lo contemplaría, orgulloso,
sobre la palma de mi mano;
lo besaría como quien se abraza al perdón.
Lo plantaría en una maceta hermosa,
y cada día lo regaría con recuerdos luminosos,
con cielos de crisantemos,
con racimos de uvas,
con mi voz.
Pero no soy cirujano,
ni tengo una hermosa maceta,
ni recuerdos hermosos,
ni crisantemos, ni racimos,
y mi voz, en tu presencia,
es un alarido ahogado
en un dolor —aquí, justamente aquí—.
Tengo un árbol y una flor.